“El otro lado” Galería Alejandro Bustillo Banco Nación – 2017
Hay pintura de retratos, ejecutados con un perfecto balance de soltura gestual, rigor estructural y volumétrico y una expresividad exactamente atempreada, entre el registro del rasgo íntimo y la probidad descriptiva. Hay dibujos de disimulado virtuosismo, y una armónica y rica delicadeza tonal que aparece acariciar el motivo antes que plasmarlo. Sin embargo, son otras las características singulares que dan la tónica y llaman especialmente la atención en esta muestra de Josefina Madariaga. Todas sus protagonistas son mujeres, y muchas nos dan la espalda. No nos miran, ni miran en dirección a nosotros, al frente. Tampoco sabemos ni podemos conjeturar qué ven delante de ellas porque no hay nada de ambiente, paisaje o escenografía que las rodee o cobije. Como si el hecho de que miren esa nada de algún modo desalentara toda hipótesis o presunción episódica e impusiera un estatuto neutro, una cámara de vacío donde los elementos que pudieron haber sido meros aditamentos van a cumplir un rol categórico. A la vez la artista parece haber apuntado a un carácter más anónimo que identificatorio, a una disposición postural antes que a una actitud direccionada. Madariaga actúa como si quisiera que sus personajes se expusieran y ocultaran al mismo tiempo, induciendo a percibirlos en su natural cotidianeidad pero sin ninguna empatía fácil. Aún en su cercanía y familiaridad se los siente esquivos, como si a nadie debiera importarle la posible conexión o interrogación que pudiera establecerse con ellos. Las poses casi invariablemente no insinúan ni revelan nada que no sea el simple hecho de estar parado o sentado, como si solo se tratara de la detención de las acciones, el reposo o la espera.
La indumentaria es por lo general veraniega, o bien casual y de colorida informalidad, aunque también hay atavíos más insólitos alternando un poco el código que predomina en la serie, así como los brazos a los costados del cuerpo-atrás, con las manos levemente entrelazadas, o adelante, como si el personaje estuviera sosteniendo algo-apenas en algún caso indican un gesto intencionado y dramático. Como sea, la información es mínima y es ahí donde adquieren importancia los detalles, las partes aparentemente inacabadas que resuenan como vacío, y algunos módicos escorzos que agregan una muy discreta cuota de distorsión. Madariaga es hábil y sutil para inquietar y provocar misterio con recursos sobrios y genuinos, y su sensibilidad y vocación representativa, asentadas en un oficio muy sólido, le permiten desviar inteligentemente, con señales nada estridentes, las coordenadas lógicas de su campo narrativo. Así, el pasaje raudo de la pincelada para definir apenas la cabellera y la forma de la cabeza, la mochila descripta a medias en un cuadro que en otro ausenta en pura silueta, la muchacha que concede mostrarse de perfil, la vibrante floración decorativa en un pantalón, las rítmicas franjas de colores de una remera, pasan a un primer plano protagónico; lo que debió ser habitual es raro, lo que debió ser accesorio es determinante.
Eduardo Stupía, Enero 2017